Buenos Aires, Argentina 🇦🇷
Proyecto independiente y autogestionado
Pintura acrílica y pintura texturada sobre muro de concreto
15 x 35 m
2023
Texto de Lupita Baliño
Fotos de Santiago Ortí
Video de Orco Videos y Ether Files
Este proyecto se concretó con el apoyo de Quimera Galería, Pasto Galería, Sinteplast, Impulso Cultural y Fundación Santander
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Todas las llaves de esta esquina
En la continuación de “Una gotita en suspensión”, dos años después de la muestra en PASTO Galería que dió origen a esta acción, Jorge Pomar realiza una pintura de gran tamaño sobre la medianera de un edificio en San Telmo en la Avenida Independencia esquina Piedras.
La pared en cuestión exhibe las marcas propias de un edificio que fue cortado. Son los signos de una interrupción. Los rastros son sutiles, para notarlos hay que tener una mirada enamorada de la pared, que de alguna manera está esperando encontrar sus imperfecciones, sus roturas, sus grietas y sus partes lisas, pero sobre todo es una mirada atenta a la vida en el muro, a los vestigios del paso del tiempo y del paso de la experiencia de la vida por los lugares de la ciudad.
San Telmo tiene una fuerte cualidad hauntológica si se quiere, o fantasmática. Es una de las zonas más antiguas de Buenos Aires, y el paisaje con sus edificios y vistas va dando cuenta de lo que se mantiene, de lo que hay de nuevo, y especialmente de lo que ya no existe. El barrio ha ido cambiando notoriamente su morfología en particular en los últimos años, en parte por consecuencia del avance de la llamada gentrificación. Para las personas que lo habitan hace años caminar por esta zona puede significar ver en las calles sobreimpreso en lo que hay aquello que alguna vez hubo. Porque la historia puede pensarse de alguna manera como una figurita holográfica, que es varias cosas al mismo tiempo en un solo recorte: depende de dónde y cómo lo mires vas a ver una imagen u otra, o algo siendo en el cruce de dos cosas distintas.
Esta medianera -que ahora es cielo a la vista-, fue en algún momento un elemento más en un adentro, fue parte del cotidiano y de la intimidad de las personas que habitaron entre esas paredes. El muro ofrece un relato acerca del crecimiento de las ciudades, sus transformaciones y la planificación urbanística. Es un recordatorio sobre cómo los avances tecnológicos para la vida en las ciudades de alguna manera siempre generan interrupciones (a veces más silenciosas, otras más visibles y obvias) y operan bifurcaciones en una escala más micro e inadvertida: la que se dá en las historias, en las vidas de las personas
¿Puede ser que pintar el cielo en la fachada le dé a ésta un aura de protección? Como si fuese un acto psicomágico para esconder la fragilidad de nuestros días y protegernos de la acción del mundo: si hay cielo y no hay muro, esto ya no puede volver a destruirse. El ladrillo es vulnerable a la acción humana pero el cielo es irrompible.
Pienso que la representación del ladrillo a la vista forma parte del repertorio de imágenes posibles, virtuales y sincrónicas que se condensan en los lugares. En este sentido es que interesa insistir en seguir pensando en lo que hubo y en lo que sucedió con lo que estaba. Esta acción es un gesto de traer memoria, al mismo tiempo que un señalamiento del vacío: cuando hablamos de espacios que ya no están en realidad nos importa decir algo de las vidas transformadas por la desaparición de esos lugares.
Al alzar la mirada es bueno tener presente que tanto el cielo como el “arriba” son siempre terrenos de sentidos en disputa. El cielo no significa lo mismo para todes, ni es fácticamente el mismo para todes. No es accesible para todes por igual, e incluso hay quienes están privades de verlo. Histórica e ideológicamente el cielo puede ser sólo paisaje, ruta de navegación o ser la tierra final prometida. Puede ser territorio de conquistas tecnológicas o comerciales, o ser el objetivo de políticas que velen por la salud de quienes están debajo de él.
Pintar un cielo en una pared es ejercer una especie de gesto lúdico a partir de la acción del recorte y la relocalización que hace de la fachada una continuación del cielo. Hay un espejismo encerrado en los ladrillos, que puede ser una ilusión de tener el superpoder de traspasar las paredes. Pero también pintar un cielo en un muro es querer inaugurar un portal hacia el futuro, hacia la posibilidad de algo distinto, más diáfano, quizás utópico: una ciudad que no se repliegue gris sobre sí misma, sino que se abra hacia las nubes, que no sea pesada e intraspasable sino liviana; una ciudad donde pueda ponerse más atención al mundo rodeándolo todo. Así, pintar un cielo sobre una pared pública, se convierte en una propuesta poética y política: una invitación a no darlo nunca por sentado.